Quedó hecha un surco, la vida,
encarnada en tu cuerpo.
La piel, una sola huella.
Cicatrices
los placeres, quebrantos y lamentos.
De tanto beber verdades,
más profundo los ojos se te hundieron.
Muy de adentro el alma habla
moldeando tu mansa, larga,
y a veces; ausente mirada.
Pareces no tener voz, sólo pensamiento.
Sumergido en solitaria pausa;
observas de los otros el tiempo
del que tú,
ya no te sientes dueño.
Carmen del Valle Picardo
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